¡Muy buenas emprendedores! En el episodio de hoy vamos a hablar sobre un tema que considero muy relevante para cualquier persona que se esté planteando crear su propio negocio: cómo gestionar las emociones al emprender.
Apúntate a La Emprescuela y accede ahora a todos los cursos
Venga, que lo estás deseando. Da el salto y empieza a crear tu negocio digital.
Por mucha experiencia que se tenga, tanto a nivel técnico como a nivel personal, crear un proyecto a través del cual se quiere monetizar, y ponerle tu cara y tu marca, afecta emocionalmente a cualquiera.
Al emprender, surgen un montón de problemas e imprevistos que suelen generar inseguridades en los emprendedores. En este episodio vamos a hablar sobre dichas emociones e inseguridades, para que, en caso de que también te afecten a ti, tengas algo más de ánimos para continuar con tu proyecto.
Los problemas emocionales más comunes de los emprendedores
A continuación os dejo una pequeña lista de emociones o problemas emocionales a los que, seguramente, tendrás que enfrentarte como emprendedor (o a alguno de ellos).
El miedo
Este es el más común de todos. Cuando vamos a empezar algo, y más si se trata de un negocio (que es algo donde tendrás que invertir tu tiempo y tu dinero, esperando que en el futuro te dé de comer), es totalmente normal sentir miedo de que algo vaya a salir mal. Básicamente porque miles de cosas saldrán mal.
El miedo es una emoción que surge como una respuesta a algo desconocido. Ante un mal potencial que pueda ocurrir, sentimos miedo para ponernos en estado de alerta, y conseguir esquivar, solucionar o minimizar ese problema potencial.
El miedo es algo irracional. No es que un día te despiertes, hagas un análisis en un Excel y como conclusión, tengas miedo. Es que de repente, piensas que algo podría ocurrir (o a veces ni siquiera tienes que pensarlo), y tu cuerpo se pone en este estado de alerta. Normalmente es algo infundado. Algo que pensamos nosotros después de darle mil vueltas a algo. Y la mayoría de las veces, no se suele materializar en el mundo real.
La única respuesta que he encontrado para luchar contra el miedo, es simplemente, actuar. No preocuparse tanto, y ocuparse más. Tomar decisiones racionales intentando siempre conseguir que las cosas salgan bien, y simplemente estar preparado para solucionar aquellas que saldrán mal. Porque siempre habrá algo que saldrá mal. Y no tiene sentido vivir con miedo constante.
Además, algo de lo que me he dado cuenta, es que normalmente magnificamos mucho los problemas. Incluso cuando el peor de los casos se llega a materializar, normalmente podemos encontrar una solución más o menos rápido que nos permite enmendar el error.
Pocas veces viene una pandemia.
En este tipo de casos, planteáte: ¿qué es lo peor que podría pasar, y cómo lo solucionaría? Y verás que, la mayoría de las veces, la solución es simple. Es como si vieras el problema a través de uno de estos cristales que lo hacen todo más grande.
La inseguridad
Este es un clásico. Y es totalmente normal sentir inseguridad. Básicamente porque crear un negocio es lo más inseguro que hay en la vida (aunque realmente nada sea seguro en el mundo).
Puedes sentir inseguridad antes de empezar con tu proyecto (¿saldrá bien o no?), mientras montas el proyecto (¿tiene sentido esto que estoy haciendo?), cuando te planteas dejar tu trabajo (¿de verdad voy a dejar un trabajo por esto?), cuando consigues tus primeros clientes (¿lo haré bien?), hasta cuando te va bien el negocio (¿cuánto tiempo seguirá funcionando esto?).
El único remedio que he encontrado para luchar contra la inseguridad, es concienciarse de que realmente nada es seguro en la vida. Lo único seguro es el esfuerzo que puedas poner en tu proyecto. Y, aún dando el 200%, podría fracasar, y no pasa nada.
Nos sentimos inseguros porque queremos tener la certeza de algo. Y es imposible. Simplemente piensa que, en caso de fracasar, o de hacer algo mal, tienes todo el tiempo del mundo (hasta que decidas dejarlo, hasta que te quedes sin dinero o hasta que te mueras) para remediarlo.
Vemos el fracaso como el fin, cuando es simplemente una parte más de todo el recorrido. Si tienes una idea y quieres hacer un proyecto, asegúrate de que no te causará un mal irreparable (no vendas tu casa, no te endeudes, etc.) y hazlo y punto. No le des más vueltas. Porque por muchas vueltas que le des, vas a sentir la misma (o más) inseguridad e indecisión.
El perfeccionismo
Otro típico. Y ojo, que ser perfeccionista es algo malo. Podría parecer que alguien perfeccionista es alguien que trabaja muy bien, pero nada más lejos de la realidad.
Alguien perfeccionista es alguien que es incapaz de avanzar si no consigue “la perfección”. Lo pongo entre comillas porque lo que para él es la perfección, seguramente para otro no lo sea. Básicamente, la perfección no existe.
Cuando creamos un proyecto, no sabemos si va a funcionar o no. No es lo mismo que trabajar en una multinacional o trabajar en la administración, donde cada persona tiene unas funciones muy marcadas y medidas de las que no se puede salir.
Un emprendedor necesita resolver problemas rápido. Aunque de primeras, las soluciones que cree no sean las más eficientes o no sean estéticamente bonitas. No podemos atascarnos en lo estético o en lo “perfecto” si queremos avanzar. Sobre todo si estamos solos.
Yo me considero, en parte, algo perfeccionista, pero no demasiado. Y me alegro. Buscar un buen resultado está bien, pero buscar la excelencia es inviable para un emprendedor (al menos al principio).
Lo mejor es ser práctico. Aprender a detectar problemas concretos y solucionarlos de forma sencilla, sin complicaciones. Es ahí cuando podemos avanzar. Por lo que, si este es tu caso, si te consideras una persona altamente exigente y perfeccionista, vas a tener que relajar tus exigencias si quieres ver resultados e ir avanzando con tus proyectos.
Sí, podrías crear un proyecto mucho más complejo tardando 10 veces más, pero quizás para cuando lo tengas terminado, ya hay 25 marcas que han sacado sus productos, o quizás incluso ya no se necesita lo que querías hacer. Si analizas la vida de cualquier start-up, verás que sus principios eran caóticos, desastrosos y nada perfeccionistas. Empresas como Netflix eran un caos al principio. Y es lo normal.
Simplemente, mentalízate de que la perfección no existe, y de que lo que para ti es perfecto, seguramente no lo sea para los demás. Céntrate en hacer las cosas fáciles.
La obsesión
Este es de los peores. Y casi todos los emprendedores que he conocido, se han obsesionado con sus proyectos en algún momento (o siguen obsesionados).
Yo al principio, cuando estábamos empezando con Yo te formo, me obsesioné bastante. Cuando llegaba de trabajar, mientras cenaba, hacía cursos para aprender a crear mi web. Mientras estaba en mi antiguo trabajo iba avanzando cosas de mi proyecto, en mis ratos libres. Antes de irme a dormir seguía pensando en cómo íbamos a crear la academia. Y nada más despertarme, nada más abrir los ojos, lo primero que pensaba era la academia. Y estuve así 2 años. Hasta que empecé con La Emprescuela y pude obsesionarme con otra cosa.
La verdad es que nunca he dejado de obsesionarme, por lo que no sé cómo resolverlo. Y no estoy seguro de que esto sea algo negativo. En parte sí, lo es, porque a veces es superior a tus fuerzas: simplemente no puedes parar de pensar. Pero por otro lado, gracias a esto, avanzamos mucho más rápido.
Sinceramente, creo que obsesionarse al principio de un proyecto es totalmente normal si el proyecto te gusta. Y si no te afecta negativamente en tu vida, no creo que haya nada de malo en pensar 24/7 en tu proyecto durante algún tiempo.
Ahora bien, ojo con esto, porque si esto se alarga en el tiempo, te pasará factura. Luego vendrá el efecto rebote, y no querremos ponernos a trabajar. No querremos oír más de emprender, ni de nuestro proyecto, ni de nada. A largo plazo no podemos mantener ese ritmo de obsesión, nos volveríamos locos.
Mi recomendación en este caso, es que a veces hay que controlar los impulsos. Cuando nos obsesionamos, hacemos las cosas por impulso. Si controlamos esas ganas de hacer cosas, y las canalizamos un poco, no perderemos nunca el impulso para trabajar.
La culpa
Esta es una de las que más he estado trabajando últimamente. Muy ligado con todo lo anterior, muchas veces nos sentimos culpables por cualquier cosa:
- Por no haberlo hecho perfecto con un cliente
- Por no haber estado trabajando todo el día
- Por desconectar el fin de semana
- Por haberte equivocado en algo
- Por cogerte vacaciones
- Porque un cliente ha tenido un problema que no has causado tú
En definitiva, sentirte culpable por cualquier cosa. Y esto sí me ha pasado. Y sí he aprendido a gestionarlo, así que aquí va mi recomendación: establecer muy bien los límites.
Cuando estableces límites muy claros, tanto a tus clientes como a ti mismo, empiezas a discernir entre lo que es responsabilidad tuya y lo que no. Esto sirve tanto para ti (cuando te echas la culpa por descansar, o por hacer otras cosas), como para los clientes (cuando te quieren echar la culpa de algo, o incluso cuando, sin que te echen la culpa, te sientes culpable).
Básicamente, delimita muy bien lo que haces:
- ¿Qué ofreces exactamente? Define muy bien lo que paga el cliente (límites, precios, pagos, responsabilidades, garantías, etc).
- ¿Cuánto vas a trabajar? Ponte horarios, días de descanso obligatorios, días de vacaciones, etc.
Muchas veces nos sentimos culpables por cosas de las que no les echaríamos la culpa a nuestros empleados. Básicamente, porque no hay nadie con más responsabilidad o nadie que nos proteja detrás. Así que, protégete a ti mismo. Pon límites y verás dónde termina la responsabilidad de los demás y dónde empieza la tuya.
El cansancio o la pereza
Como consecuencia de todo lo anterior, irremediablemente nos quemamos. Viene el cansancio, la pereza. La falta de incentivos, la falta de ganas de hacer cosas. Y por eso el poner límites, el no obsesionarse tanto, etc.
Lo primero, es totalmente normal cansarse. Incluso quemarse de vez en cuando. Aprovecha que diriges tu propio negocio, y si puedes parar, para un tiempo. Si te tienes que tomar un par de días libres para centrarte, tómatelos. Para eso es tu negocio.
Igual que no tenemos días de asuntos propios pagados, o vacaciones pagadas, somos nosotros quienes tenemos que encargarnos de descansar. De hecho, muchas veces la gente se quema por no descansar.
¿Qué pasaría si usas una máquina sin parar y sin hacerle el mantenimiento? Que te acabas cargando el motor. Pues hazte el mantenimiento.
Recuerda que no tienes un empleo, tienes un negocio. Para lo bueno y para lo malo. Nadie va a venir a obligarte a coger vacaciones y a descansar, tienes que elegirlo tú. Así que canaliza tus ganas de hacer cosas cuando las tengas, guarda unas poquitas para cuando no tengas tantas ganas, y establece descansos para no tener que llegar al extremo.
El síndrome del impostor
Antes de terminar, quería hablaros de algo llamado el síndrome del impostor.
Esto es algo que he visto que le pasa a casi todos los emprendedores. Se trata de, por muchos conocimientos o habilidades que tengamos, sentir que no estamos capacitados para hacer lo que hacemos, que estamos engañando a la gente o que nuestro trabajo realmente no vale lo que decimos.
Es la falta de seguridad en uno mismo. Y suele pasar sobre todo a personas que trabajan solas, que empiezan a darle vueltas a las cosas y terminan dejando de confiar en sí mismos.
Tenemos que hacer valer nuestro trabajo. Aquí el problema a veces, es que sentimos que nuestro trabajo es muy fácil. Esto a mí me ha pasado muchas veces. Me veo haciendo una web, y pienso que es algo realmente sencillo que puede hacer cualquier persona hoy en día. Pero luego veo a un fontanero, a un albañil o a un carpintero, y me quedo alucinado con lo bien que hacen su trabajo.
Y la verdad es que, aunque yo vea que lo que yo hago es muy fácil, precisamente lo es porque sé hacerlo. Piensa. ¿Crees que lo que haces es muy fácil o que lo podría hacer cualquiera? Habla con alguna persona que no se dedique a lo que haces, y pregúntale si sabe hacerlo por ti. Y vas a ver como otras personas son igual de incapaces de hacer tu trabajo, que tú al hacer el trabajo del fontanero.
¿Serías capaz de desarrollar un proyecto para tu perfil de cliente? ¿Serías capaz de hacer una lista de contenidos hablando sobre problemas que tengan tus clientes? ¿Los clientes te siguen pagando, a pesar de que te ves a ti mismo como poco profesional? Entonces, no eres un impostor. Simplemente, tienes el síndrome del impostor.
Crea tu podcast. Crea tu canal de YouTube. Escribe un libro. Haz cosas para convencerte de que sabes de lo que hablas, porque el síndrome del impostor sólo existe en tu cabeza.
Si todo esto no te ha ayudado y lo estás pasando mal, por supuesto, te recomiendo que hables con un psicólogo, ya que va a saber cómo ayudarte de forma profesional.
Espero que te haya gustado este capítulo del podcast, y si es así, no olvides darle me gusta, suscribirte al podcast, compartirlo, y por supuesto, pasarte por La Emprescuela en laemprescuela.com. ¡Nos vemos en el siguiente capítulo!
Apúntate a La Emprescuela y accede ahora a todos los cursos
Venga, que lo estás deseando. Da el salto y empieza a crear tu negocio digital.
Deja una respuesta